Un niño que sufrió los abusos de su padre, que no pudo comulgar con el franquismo de sus progenitores y que acabó siendo fotógrafo de guerra, ese hombre que ha visto y sufrido tanta miseria, no ha olvidado su sueño: cazar un dragón.
Solo que no sabe cuál es.
Perdido, dirige el relato a su madre, no a la actual sino a la madre que supo cuidarlo de niño, a la madre que aún comprendía sus deseos infantiles.
Perdido, busca un dragón al que abatir, una princesa a la que rescatar, o sea, un objetivo en su vida. La noche bífida hace referencia a la noche en que el protagonista relata su vida al amigo Coné y justo después se enfrenta a la muerte.
Contando todo lo que le ha ocurrido, comprende que la amenaza viene de sí mismo.
Él es su propio dragón. Finalmente deja de huir y se enfrenta a su responsabilidad, a su destino y a su muerte si es necesario.
Noche escindida, pues, bífida como la lengua de un reptil, entre vida y muerte, niño y hombre, apariencia y realidad, mundo interior y exterior, fuga y aceptación, enajenación y comprensión.
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