Descripción
Tras haber perdido a sus padres a causa de la peste, Agualuna, llamada antes Amelia, cae en manos de una sombría y despiadada mujer dedicada a la hechicería que la utilizará en sus tortuosos planes. Planes que pondrán en peligro la profecía del duque.
Amelia abandona a sus padres, enfermos de peste y viaja con otras personas que huyen de la enfermedad. Al poco tiempo, un accidente la lleva a separarse de ellos y continuar sola. Encuentra a una mujer siniestra, Bruna, que la acoge en su casa y la rebautiza con el nombre de Agualuna. Bruna es, en realidad, una bruja; cuando el Duque, que ha visto a Agualuna y está interesado en ella, le comunica sus intenciones, ésta traza un plan: se encamina con Agualuna al castillo del noble, obedeciendo sus deseos, pero, durante el viaje, la arroja al mar y hace que su hija Lila la suplante. El Duque, al ver a Lila, recela, y al poco tiempo comienza a hablarse en la comarca del fantasma de una mujer que camina por encima del agua. Lila, Bruna y el Duque la ven y el engaño se descubre; Agualuna, en realidad, no murió: fue recogida por una ballena que la cuidó como a su hija y no quiere separarse de ella. La bruja y su hija son juzgadas y condenadas, pero Lila, presa de la culpa, se ofrece a la ballena suplantando a Agualuna, y su madre se despeña al verlo.
Biografía del autor:
Joan Manuel Gisbert (Barcelona, 16 de octubre de 1949)
Joan Manuel Gisbert nació cuando un otoño se encaminaba a su plenitud, hecho que siempre ha ejercido una sutil influencia en su vida. Vivió sus tres primeros años, hasta la prematura muerte de su padre, muy cerca del Parque Güell, de Gaudí, que fue muchas veces escenario de sus juegos, en aquellos tiempos en que las empinadas calles que conducen al recinto estaban casi siempre solitarias, sin sombra ni presagio de los cientos de miles de visitantes de todo el mundo que, décadas más tarde, las recorrerían cada temporada.
En los restantes años de su infancia, y en su adolescencia y primera juventud, residió en el barcelonés barrio de Gracia, tan lleno de referencias históricas y literarias, y de acontecimientos, efemérides y fiestas populares.
Cursó sus estudios primarios y de bachillerato en un colegio de La Salle, contiguo a la plaza de Fernando de Lesseps, edificio ya desaparecido, del paso por el cual guarda, a pesar de los condicionantes de la época, un grato recuerdo. Allí empezaron a manifestarse su capacidad verbal, y sus aptitudes para las actividades escénicas y para todo lo relacionado con el lenguaje y sus manifestaciones.
A pesar de ello, la situación familiar y las incertidumbres en su horizonte profesional, determinaron que se orientara, por razones pragmáticas, sin especial vocación, hacia estudios de ingeniería. El tiempo no tardó mucho en demostrar que había sido una decisión desacertada.
Gisbert fue un habitante insólito en la Casa de los Técnicos, a la que sólo le vinculaba en realidad la búsqueda de una futura estabilidad profesional que, en realidad, nunca iba a obtener por aquella vía.
No obstante, ninguna experiencia es inútil, y todas dejan huella y consecuencias. Aunque pasó por aquellas aulas sin pena ni gloria, como alguien ajeno y fuera de lugar, algunos profesores, y ciertos contenidos de los temarios, le descubrieron sugerentes nociones de la física teórica y la cosmología. Gracias a ello, pudo conocer, siendo todavía muy joven, algunos aspectos de las teorías de la mecánica cuántica y la materia oculta del universo, lo que le causó una gran fascinación. Por esta razón, entre sus personajes más admirados de la época contemporánea figuraron pronto, junto a grandes músicos, escritores y artistas como Gustav Mahler, René Magritte, Jules Verne, Igor Strawinsky, Jorge Luis Borges, Max Ernst, Julio Cortázar o Anton Bruckner, entre muchos otros, los físicos que configuraron las nuevas teorías del tiempo, la materia y el universo, y el estudio de los fenómenos subatómicos, como Albert Einstein, Max Planck, Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg, Niels Bohr, P. A M. Dirac o Max Born, entre otros. Y esa admiración hacia personajes geniales de campos tan distintos le ayudó a superar la vieja oposición, todavía muy en boga en su época de estudiante, entre ciencias y letras, o técnicas y humanidades. Pudo comprender que, en el fondo, nadie es solo de ciencias o de letras, y menos aún en nuestro tiempo. Aunque se tenga un mayor interés, inclinación o facilidad por ciertas áreas como, por ejemplo, la literatura, y uno hasta le dedique la vida entera, eso no excluye en modo alguno a otras materias también fundamentales para el conocimiento y comprensión global del mundo. Esa conjunción de campos iba a tener una visible influencia en su futura obra literaria.
Obtenida su intrascendente titulación de ingeniería, decidió recuperar algo del tiempo perdido orientándose a uno de los campos que más le atraían: la actividad escénica. Disfrutó de varias estancias en París, dedicado a la observación y estudio de las artes teatrales. A su regreso a Barcelona, participó, como director escénico, en diversas puestas en escena del movimiento entonces denominado teatro experimental o independiente.
Por otra parte, en el plano estrictamente laboral, entró a trabajar en el mundo editorial. Esta última circunstancia lo ayudó a encontrar su verdadero camino. Se había dado cuenta de que necesitaba un campo de expresión artística más concentrado y personal que el del teatro, arte subyugante, pero también devorador, siempre vinculado a la presencia física y la acción colectiva.
Se dio a conocer como escritor para jóvenes lectores en mil novecientos setenta y nueve, con su primera obra, Escenarios fantásticos, editada en una colección dirigida por Felicidad Orquín, con dibujos de uno de los más premiados y brillantes ilustradores españoles, Miguel Calatayud.
Si Escenarios fantásticos, obra galardonada con el Premio C.C.E.I 1979 a la mejor obra publicada aquel año en España en su campo, le abrió a Joan Manuel Gisbert numerosas puertas, en buena parte gracias a los movimientos de renovación pedagógica, muy activos e influyentes por aquel entonces, la aparición, en 1981, de El misterio de la isla de Tökland, Premio Lazarillo 1980 y Lista de Honor del IBBY 1982, supuso una consolidación que abrió paso a toda su obra posterior.
En las décadas de los años ochenta y noventa, Joan Manuel Gisbert vio incrementado su prestigio como escritor hasta convertirse en uno de los primeros nombres en su campo.
Títulos de referencia, como, por ejemplo, El museo de los sueños, El arquitecto y el emperador de Arabia, La mansión de los abismos, El misterio de la mujer autómata, El guardián del olvido o Los espejos venecianos, y destacados premios, como el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Gran Angular, el Barco de Vapor o el Edebé, se fueron añadiendo a su bibliografía año tras año hasta hacerle ser el autor que más votos recibió en la encuesta que la revista CLIJ realizó en 1995, entre destacados críticos y especialistas, para determinar quiénes eran los autores más valorados en el campo de la literatura infantil y juvenil en España.
Entre los diversos mundos de sus obras, el más característico es el campo fantástico, entendido de una manera muy personal, al margen de las sucesivas modas o tendencias dominantes. Joan Manuel Gisbert considera la fantástica como una extensión de la realidad hacia sus muchas zonas todavía enigmáticas o desconocidas.
El estimulante fermento del misterio está presente también, de muy diversas maneras, en muchas de sus páginas. Su concepto de narrador quedó expresado en la breve entrevista que figura en las páginas finales de su libro La mirada oscura:
“Soy y quiero ser un transformador de historias, alguien que mezcla hechos reales e imaginarios, y los cuenta al oído de las gentes, cuando el atardecer viene más oscuro que otras veces y el viento toma voz entre las ramas de los árboles. Y también aquel que a medianoche pronuncia las primeras palabras de una extraña historia que continuará hasta la madrugada, convocando miedos antiguos y nuevos que, al superarlos, nos harán más fuertes ante el misterio. Y quiero ser, más todavía, un narrador que se sirve del poder de la escritura para mover tiempos, abrir espacios y llegar al pensamiento del lector cuando éste se atreve a trasponer el umbral invisible que se encuentra siempre al principio de las páginas”.
Con los últimos años del siglo y la entrada en un nuevo milenio, Joan Manuel Gisbert incrementó su obra de gran difusión entre jóvenes lectores y no pocos adultos, con títulos como, por ejemplo, Los armarios negros, Los caminos del miedo o Algo despierta en secreto, y alcanzó también algo que venía acariciando desde hacía tiempo: crear textos literarios que pudiesen ser leídos por niños y niñas de seis a nueve años. Ya con obras como Agualuna, El mago de Esmirna, La maldición del arquero o El secreto del hombre muerto, entre otras, había llegado a los buenos lectores de diez y once años pero, con la publicación, en 2001, de Regalos para el rey del bosque, obra a la que siguieron títulos como El palacio de los Tres Ojos, Orión y los animales magos, Fabulosa noche de San Juan o El talismán que vino por el aire, entre otros, consigue tener también lectores entre los niños. Descubre que la transparencia es uno de los objetivos de la excelencia literaria. Y también que, para un escritor, ser leído por los niños, sin haber renunciado por ello a sus propósitos artísticos, es una de las mayores dichas.
Como consta, a modo de presentación del autor, en su libro La sorpresa de la noche, para lectores a partir de seis años:
“A Joan Manuel Gisbert le apasiona ver crecer los cuentos en su laboratorio de escritor como si fuesen seres vivos que nacen de la semillas de las ideas y las palabras. También le gusta mucho imaginar colores nunca vistos, oír las palabras misteriosas que pronuncian a veces las personas mientras duermen, ver amanecer en distintos lugares de la Tierra, reconocer los sonidos de los mares en las caracolas y, sobre todo, escuchar los secretos que se cuentan los animales cuando creen que nadie puede oírles”.
La recreación de la atmósfera narrativa de cantares, cuentos y leyendas de todos los tiempos, a través de nuevas historias de su creación, con la idea siempre viva de que el escritor ha de disponer de plena libertad para situar sus relatos en cualquier momento del Tiempo y en todo lugar del espacio, ha impulsado una parte de su obra, como es fácil apreciar en títulos como El secreto del hombre muerto, El último enigma o El bosque de los desaparecidos, entre tantos otros.
Del mismo modo que aquellos científicos que admiraba, y sigue admirando, Joan Manuel Gisbert ha ido desarrollando su obra con la idea de fondo de que el arte fantástico, de modo paralelo a la ciencia, aunque por muy distintas vías, efectúa una indagación profunda en algunos de los muchos aspectos que aún constituyen un desafío para el conocimiento, es decir, en cualquiera de las muchas áreas desconocidas, o no lo bastante exploradas, de la realidad que nos envuelve.
Con sus obras más recientes, Noa, la joven fantasma, El viaje secreto, El embrujo de Elba, el álbum Las islas fabulosas, y las narraciones Historias secretas en la noche, Orión y el Libro de Maravillas, Las maletas encantadas, La laguna luminosa y, en especial, El despertar de Heisenberg y La feria de la noche eterna, ha seguido desarrollando, de manera progresiva y coherente, sus líneas narrativas. Asimismo, las ediciones enteramente renovadas de La aventura inmortal de Max Urkhaus, El talismán del Adriático, Regalos para el rey del bosque y El mensaje de los pájaros han afianzado la vigencia y permanencia de sus títulos.
Por otra parte, la aparición en Ediciones Cátedra de una edición comentada y anotada de Escenarios fantásticos, a cargo de Ana Belén Ramos, otorga un nuevo e importante relieve a esta obra que está ya muy cerca del 40º aniversario de su primera aparición.
En el laboratorio de escritor de Joan Manuel Gisbert hay nuevas obras en curso de creación, y aguardan otros proyectos para los años venideros. La culminación de su obra habrá de producirse, por tanto, en próximos años que vendrán a coronar unas singulares décadas de creación en estos campos, que han dado lugar a una obras con un sello muy singular e inconfundible.
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